jueves, 14 de enero de 2016

Cuando educar fastidia.

        Siendo Letrada titular del Servicio de Orientación Jurídica del ICAM, tenía obligación, junto a mis compañeros, de estar actualizada sobre los temas de menores y para ello el Colegio de Abogados nos ofrecía cursos. 

        Una tarde acudimos mi compañera y yo a un interesante curso sobre menores en los que intervenía un psicólogo que hablaba sobre su educación. Por aquel entonces ni mi compañera ni yo teníamos hijos, pero la clase nos vendría muy bien para poder conocer mejor el mundo de los menores y orientar un poco a los padres cuando venían a la consulta del Servicio, de modo que nos sentamos dispuestas a tomar apuntes.

        He de añadir que el curso se realizó hace unos 16 años y estaba dirigido exclusivamente a abogados especializados en menores, es decir, que todos los asistentes éramos abogados colegiados y ligados al mundo del menor, cosa que aclaro a fin de que podáis haceros una idea del contexto en el que nos movíamos.

         El psicólogo comenzó su charla frente a las caras de "no me lo estoy creyendo" de los abogados que tenía frente a sí, hasta que poco a poco nos fue ganando, poniendo ejemplos reales y explicándonos unos antecedentes en los que efectivamente podía observarse, entre otros aspectos, un error en la educación, y de este modo nos habló de un menor que no quería ir al colegio y al que sus padres le pagaban 20 euros al día si acudía al mismo "en concepto de premio". Aquello se les fue escapando de las manos poco a poco, y cada vez le premiaban por más cosas, hasta que aquella costumbre, sin saber cómo, se convirtió en un chantaje y el menor llegó a no hacer nada si no tenía un pago monetario o en especie por adelantado. Comentaba entonces el psicólogo que los extremos no siempre eran buenos y que valorar y premiar no podía realizarse en exceso, como tampoco era bueno no imponer un castigo nunca: los menores debían entender que hay cosas que deben realizarse porque estamos obligados a ello al vivir en sociedad y cosas que, por la misma razón, no pueden hacerse y de hacerse tiene consecuencias, y por lo tanto era importante gestionar bien tanto cuando se premiaba a los hijos como cuando se les reprobaba. En definitiva el psicólogo nos estaba hablando de los límites y la necesidad de situar a un menor dentro de los límites.


        Entonces uno de los asistentes levantó la mano y dijo: "Sí claro pero no hay un castigo en el que no me fastidie yo". El profesor sonriendo le pidió que explicara aquello un poco más, y él dijo: "Claro, mi hijo ha suspendido varias este verano y le castigamos sin ir a la playa, ¡Pues me fastidio yo!, o por ejemplo, le castigué sin ir al cine porque había pegado con un amigo en el recreo ¡Y me fastidio yo!". En este punto el psicólogo le contestó que quizá debería ser más imaginativo con los castigos que le impusiera a su hijo y buscar otro tipo. Pero el alumno continuaba argumentando: "¡Claro! y si le castigo sin usar la consola o ver películas, yo no  puedo usar la consola o ver las películas que quiero porque se pone a mi lado."

        Llegados a ese punto la tensión del profesor era clara, pero con paciencia le dijo: "Por lo que me está contando quizá su hijo no tiene muy claros los límites, y debería sentarse a hablar con él, o por ejemplo, si va mal en los estudios, sentarse junto a él cuando hace deberes y ver por qué le sucede ésto". Entonces el abogado muy serio dijo: "Sí claro si le hago los deberes..." "No me ha entendido usted" contestó el psicólogo "No le he dicho que haga las tareas a su hijo, si las hiciera le estaría enseñando a no afrontar los trabajos propios, le he dicho que se siente junto a él cuando haga los deberes y observe". Y el abogado contestó con una medio sonrisa: "Sí hombre, ¡cómo tengo todo el tiempo!" Y el psicólogo enfadado le contestó: "Sí que tiene, ¡el que le sobra de no poder ir a la playa, al cine, jugar a la consola o ver películas!, A veces usted se tiene que fastidiar porque es padre, y ser padre a veces fastidia." 

      El abogado se levantó y muy airado se marchó, y el psicólogo dándose cuenta de que todos teníamos los ojos como platos ante la situación, respiro y nos dijo, "Estoy cansado de ver padres a los que educar les molesta, ¿qué pensaban que tendrían que hacer cuando decidieron ser padres?, Ser padre implica estar con tu hijo; ser padre implica observar lo que dice, lo que hace; ser padre es enseñar empatía; ser padre es poner límites; ser padre es saber aplaudir y fomentar sus logros, por pequeños que sean; ser padre es darle importancia a las pequeñas cosas que te plantee tu hijo; ser padre es saber decir que no a tu hijo. Mandar a los niños al colegio por la mañana y que les eduquen únicamente allí, no es ser padre; buscar el camino fácil para que el niño cumpla sus obligaciones en lugar de explicarle porqué es importante ir al colegio, no es ser padre. Ser padre es cansado, a veces molesta, sí, eso es ser padre. Pero ser padre, educar, y estar junto a tus hijos ofrece tantas ventajas, se aprende tanto, se viven tantas cosas, que jamás renunciaré a educar.".

        Posteriormente tuvimos muchas ocasiones de comentar esta experiencia mi compañera y yo al comprobar en nuestro trabajo que efectivamente, en muchos casos de menores,(no en todos, pues tampoco puedo generalizar), existía una dejadez en los padres, y que éstos no eran conscientes de ello: se echaban las manos a la cabeza ante la situación a la que habían llegado, pedían soluciones al juzgado, incluso las exigían argumentando que el Estado tenía que solucionarles la vida y hacerse cargo de lo que tenían delante; pero no eran capaces de reconocer que lo que se les había ido de las manos no era su hijo, sino su educación.